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viernes, noviembre 12, 2010

Entre crónicas, recuerdos y consejos: Entrevista a Pablo Cuvi

- Dicen que en mi país, aún habitan viejos espíritus antiguos. “Tal vez se quedaron atrapados entre las montañas” dicen unos. “El orgulloso mar los atrapó” dicen otros. “Sin duda fue el clima; es tan cambiante que no se van porque no saben si llevar chompa o no” bromean los menos. Sea cual sea la razón de su estadía, lo cierto es que la leyenda dice que estos espíritus están en todo y son todo. Incluso mi abuela, creyente por tradición familiar, sostiene que son esos espíritus los que a veces se disfrazan de palabras en una conversación cualquiera, para regalarle fuerza a nuestros corazones.


Se abre el ascensor para dar paso a un hombre alto, flaco, ya canoso hasta la barba. Lleva un sombrero de paja toquilla tradicional, con cinta negra sobre el ala y todo. Viste un pantalón caqui y una camisa de manga corta gris. Las gafas se las retira. La tira del maletín cruza su pecho.

Edificio de la revista Diners, en plena Avenida González Suárez, al norte de Quito, ciudad capital. Once la mañana. Pablo Cuvi, reconocido cronista y fotógrafo quiteño, saluda y se dispone a empezar la su jornada de jueves 11 de noviembre.

La llave calza en la puerta de su oficina y un clásico “click” señala que está abierta. Detrás de su escritorio, sobre las divisiones combinadas entre azul y salmón, se destaca un inmenso póster: el de la película “Pulp Fiction” diseñada por un ecuatoriano. En la pared opuesta, un librero negro de tres pisos repleto; tantos libros tiene que incluso algunos están colocados de manera vertical, por delante de los otros.

Una mesa café llena de carpetas y papeles, un archivador negro y un escritorio también negro completan los muebles. Computadora, teléfono blanco y silla verde. En el lugar donde debería estar la última pared de la habitación, hay un inmenso ventanal con vista a la calle, a los árboles y a “La Inmaculada”, uno de los colegios religiosos del país.

Pablo dice que antes la vista era mejor. Cuenta que en el tercer piso del colegio, donde hay una hilera de puertas de madera, antes dormían las monjas. “Había veces que salían corriendo en esas batas blancas con vuelos que tienen para dormir”, dice riendo.

Mueve las manos, levanta las cejas, se acerca, se aleja, mura fijamente, se pausa, se frunce....sus ojos cuestionan, sus pies inquietos por momentos se lo llevan y su mente se dispersa para regresar. Seguramente él no lo sabe, pero se le nota como fluye la curiosidad que lleva dentro. Y es que Pablo ha sido de todo un poco: teatrero, fotógrafo, escritor, mochilero, revoltoso, profesor, periodista...pero sobretodo atrevido.


¿Qué les quisiera decir a los chicos que estamos estudiando periodismo?

Una cosa horrible. Ya la dije hace diez años: “Muchachos no estudien comunicación”. Mídete lo que les dije. Se lo dije a un grupo de cómo 80 alumnos de la Universidad de Central, todos ahí por poco y colgados en el techo, en una conferencia. De pronto teatralmente, hago un silencio y les pregunto ¿dónde van a ir a trabajar cuando termine esta carrera? Silencio. ¿No han pensado nunca? Nunca. Claro, les digo, por qué se metieron aquí. Porque quieren ir a sentarse en los puestos de los periodistas de la época. Pero esos puestos son poquitos y están ocupados.

¿Qué dijeron?
Poco menos querían estrangularle al decano (ríe). Hablamos entonces de la televisión – porque todos quieren ir a la televisión, al show – de la radio y demás. Les conté cómo era la sobreproducción de estudiantes de periodismo, de comunicación. Y les dije lo que yo siempre digo: estudien algo nuevo. Vean algo dentro de la vocación o de los intereses, pero busquen algo novedoso.

Algo novedoso. Novedoso como cuando en plenos setentas Pablo hacía teatro callejero y mochileaba por América.

¿Cómo eran vivir en la época del Che Guevara, el movimiento hippie?

Se idealiza mucho a la época. Se piensa que todo el mundo fumaba marihuana, que se echaban un polvo si problema, que eran izquierdosos. Pero en realidad no era así: éramos muy pocos los que seguíamos esta onda. Se tenía estas ideas de ser marxista, del materialismo histórico, de la influencia del socialismo chileno que se vivía entonces. Este apego a la literatura, al arte y al cine.

¿Sigue siendo marxista?
(Se inclina hacia adelante y sonríe ampliamente) No, ya no. A estas alturas sería ridículo seguir siendo marxista. Sería como seguir siendo curuchupa y uno a los siete años, después de hacer la primera comunión, dice hasta luego iglesia, no va más.

Nos vemos cuando me toquen los santos óleos.
Sí así. Uno va caminando y las cosas que tenían sentido son reemplazadas debido a lo que se va viviendo y los conceptos van cambiando.

¿Y cuando mochileaba vivía haciendo teatro callejero?

No. El teatro fue antes y se lo hacía porque no se podía hacer cine, era muy costoso. Pero cuando la cosa se puso peligrosa porque nos cogieron presos, pues dejamos de hacer teatro. Sí, era un amanera de transmitir ideas políticas, pero una cosa era no comer o dormir en el suelo pero otra era estar preso. Cuando mochileaba sobrevivía porque bueno antes las cosas eran distintas, la gente era más confiada y siempre había quién te invite a comer.

Siendo mochilero ecuatoriano en Argentina y mientras Velasco Ibarra estuvo allá, me pregunto cómo hizo para que lo reciba y le de entrevistas.
No fue tan fácil. Tenía una moneda, una sola y eso significaba o regresar a mi casa o llamarlo y pedir la cita. Hice lo segundo, le expliqué que era sociólogo – el viaje lo hice luego de graduarme – y le dije que quería hacer un libro sobre la política del Ecuador. Me dijo que podía ir. Fui el día acordado y conectamos, pues yo sabía de política y filosofía; Velasco Ibarra también. Desde ahí, durante dos semanas, nos reunimos cada martes a conversar.

Ese fue el principio del periodismo.
No. Esta fue una investigación, un impulso más que nada de hablar con él porque tenía mucho interés en la política del país. El periodismo empezó en la revista Cascabel, a la que llegué gracias a mi primera esposa.

Sé que empezó con el periodismo cuando le ayudó a su primera esposa a escribir un artículo que ella no alcanzó. Pero la escritura tuvo que venir desde antes, ¿desde cuándo empezó a escribir?
Lo que sucedió es que pertenecíamos a la generación que fuimos a dar a Sociología porque era lo que sonaba en la época. Veníamos casi todos de otras carreras que nada tenían que ver. Andábamos perdidos. Lo que más nos gustaba era que teníamos un grupo con el que nos íbamos de chupe allá en las cantinas que quedaban alrededor de la Universidad Central y era la onda de la literatura. Vivíamos en pleno boom latinoamericano.

¿Y entonces?

Entonces nos dividimos los autores grandes de este movimiento y bueno esas fantasías de las cantinas que uno tiene, teníamos la intención de dar cursos a las señoras y conquistarlas (una sonora carcajada lo interrumpe un momento. Luego sigue).Lo más importante era la literatura, luego la sociología y la política. De periodismo ni se hablaba. El periodismo vino después.

Al caminar en la vía del periodismo, vinieron también los libros y los reportajes.

¿Cómo llegó a la revista Diners?
No recuerdo exactamente, pero recuerdo que veía la revista y recuerdo que manejaba una onda más literaria, más cerca del “New Journalism” de la cual aprendí cuando estudié en los Estados Unidos.

¿Qué era entonces esa corriente del New Journalism?
Esto de estar entre la literatura y el periodismo no significa que puedes inventarte cosas, sino que cuentas cosas como si fueran cuentos. Todo lo que se escribe debe ser absolutamente cierto y la idea es dar el efecto de que parezca un “cuentito”. Así decía la gente, que eran “cuentitos”.

¿Y usted cómo lo tomaba?
Eso me ponía muy contento, porque quería decir que habías logrado lo que querías: dar al ilusión al lector de que está ahí sentado a mi lado. Pero es exactamente al revés: se requiere de un gran trabajo para conseguir esa naturalidad.

¿Y con los reportajes sobre el Ecuador? ¿Cómo fue que empezó hacerlos?
Le dije que mi jefe en esa época en La Televisión que quería hacer crónicas de viajes. Querían cosas turísticas, porque no creo que lo turístico funcione. Nunca se dice lo malo porque es propaganda.Me propusieron hacer una prueba. Yo me iba hasta la Latacunga para escribir sobre la feria de Salgoquí. Pero me dijeron que era muy poco. Terminé haciendo el reportaje incluyendo también Ambato y Riobamba.

De lo que tengo entendido, esos reportajes tuvieron gran éxito. ¿A qué se debió, cuál fue el secreto?
A ver primero empecé por contar en primera persona, normalmente en presente y eso dio mucha proximidad al lector y para ellos era un contar de lo que está pasando, así tillos.

¿En radio no hizo nunca nada usted? ¿No hubo la oportunidad o no hubo la voluntad?
Oportunidad sí había. En esa época tú te creabas las oportunidades. Lo que querías ibas buscabas y entrabas. Ahora es más difícil porque hay mucha más gente. Todo mundo busca donde trabajar y las oportunidades se complican. Pero en esa época no. De radio lo que he hecho mucho es ser entrevistado. La radio tiene una ventaja sobre la televisión: el tiempo. La televisión tiene un tiempo muy corto. La radio, incluso más que el que te da la prensa escrita. Es entretenida porque llega en momentos que estás haciendo otras cosas, tiene mayor cobertura.

Pablo dice que el periodismo vino después, pero sin duda vino completo.Tras experimentar en varios medios, vinieron las charlas y clases a los grupos escolares.


Cuando daba clases en la Universidad San Francisco, ¿cómo veía a los alumnos?

Yo en esas épocas trabajaba para el programa La Televisión. Entonces la clase era para 15 y había como el doble. Pregunté bueno a ver aquí quién se quiere dedicar al periodismo escrito. Solo una chica alzó la mano, entonces tuve que adecuadme la mayoría de los alumnos ahí querían terminar trabajando en televisión. Eran buenos alumnos, buen curso casi todos.

¿Volvería a dar clases?
Me gusta cambiar de materias, porque la primera vez es divertida. La segunda es fácil porque uno ya sabe qué va a dar, pero la tercera ya es aburrida.

Sin duda, una de las pasiones de de Pablo es la fotografía. Su trabajo es reconocido, siempre presentando un nuevo encuadre, un enfoque fresco como todo su periodismo.

Cuando la revolución de los Sandinistas en Nicaragua fue cuando comenzó como fotógrafo.

Exactamente. Antes era mucho más raro, ahora cualquiera tiene, hasta en el celular tiene cámara. En esa época era más especial. Yo escribía artículos en la revista guayaquileña Cascabel. Me mandaron sin fotógrafo y el avión paraba en Panamá. Ahí me compré una cámara Olympus. Y bueno llegué a Nicaragua.

¿Qué pasó?

Yo suelo contar que solo en el Ecuador sucede – así somos hasta de irresponsables - que se empieza por el final. Empecé haciendo fotografías de guerra, que eso ya es lo para los súper capos, como estos cuatro conocidos como “El club del Bang Bang”. Uno de ellos fue el que tomó la foto de esta niña con el buitre.

Luego ese fotógrafo se suicidó cuando le cayeron las críticas por no haber ayudado a la niña.
La onda era tomar las fotos. Yo le entiendo en una parte al tipo. Cuando tú te conectas tanto ya no estás reaccionando como cualquier persona normal (enfatiza la palabra normal al repetirla), dices voy a ayudar. Si estás rodeado de miles de casos así, ya no estás ayudando a todos.

¿Y en Nicaragua?
No pues, ahí era más tranquilo. Pero igual fue complicado porque no sabía tomar fotos ni moverme para hacerlo De todas formas lo hice y fue así que empecé a hacer fotos.

¿Y además de fotografía, se metió en cine. Usted ganó un concurso alemán para rodar un corto. ¿Qué pasó? ¿Se rodó o no?

De hecho se rodó tres veces. Salió en la televisión alemana. Escribí el guión y lo bueno fue que me dieron como 2000 dólares y vino el director Richard Blanch, a hacer un taller en el que se filmaba el guión con dos grupos completos y luego se filmaba la película final en Alemania.

Y después de tanto experimento, la manera de hacer periodismo de Pablo tiene mucho que enseñar a esos mismos jóvenes a los que les recomienda no estudiar comunicación.

¿Qué es lo más importante al hacer periodismo?

Así en breves rasgos, es la manera de trabajo. Primero es necesario establecer qué se quiere decir, a quién y cómo. Eso determina en qué tono y de qué manera se va a escribir. Luego viene el esquema para saber qué necesito saber, en qué orden armarlo y finalmente cómo concluirlo. Esto es básico al hacer periodismo, sin organización no se puede escribir bien.

¿Cuál fue la peor experiencia que tuvo dentro del periodismo?
La peor que te puede pasar, peor que no te den, es que te agreda, pero eso no me ha pasado. Lo que sí me pasó es que fui a entrevistarlo a Oswaldo Guayasamín y bueno estuvimos conversando y se apasionó y yo también y bueno yo ya estaba pensando la nota me va a quedar chévere y tal. Y cuando veo la grabadora, resultó que no estaba grabando. Se habían acabado las pilas. Oswaldo se dio cuenta y me regresó a ver. Solo me quedó viendo y me dijo “anda compra pilas y apúrate, para hacer esto de nuevo”. Imagínate.

¿Y ahora, en qué está trabajando?

En tres libros: dos historias de vida y uno de testimonios cortos. Además están por avisarme si el lunes me voy o no a Brasil a cubrir un reportaje. Vamos a ver si tienes buena espalda. Si no sale el viaje, salada es tú culpa.

¿Y si sale es por mérito propio suyo supongo?
(Ríe) Claro que sí. Como decía el médico del barrio cuando yo vivía en Esmeraldas: si el enfermo se salva, es gracias al Divino Niño. Pero si se muere es culpa del médico.

El reloj marca la una de la tarde. Pablo se queda en su oficina, sentado frente al computador preparando las notas para la reunión de la tarde. En el aire queda flotando una pregunta ¿cómo encontrarle el punto distinto a hacer periodismo?

Con o sin intención, Pablo responde esta pregunta en su libro ¿Quién mató al tigre de la González Suárez?: “Narrar historias no es solo registrar acontecimientos en orden cronológico, sino buscar la relación misteriosa entre ellos, ponerlos en contacto, insinuar conclusiones.”

Sin duda, la gente de mi pueblo tiene razón: las voces de los espíritus antiguos hablan, y regalan fuerza al corazón. Ahora resulta evidente: cuando el periodismo tenga ganas de volverse algo estresante o monótono, siempre habrá una anécdota, un reto, un triunfo…o un escrito de Pablo cuyas letras nos cuenten sobre el goce de las crónicas, tigres en balcones y extrañas estrategias que conviertan a las vivencias diarias en historias dignas de ser contadas.